La Ciudad de México se despidió de una de las exposiciones más esperadas y aclamadas del año: “Tim Burton: El Laberinto”, una experiencia inmersiva que superó todas las expectativas y que cerró sus puertas con un éxito rotundo. A través de un anuncio en Instagram, se confirmó lo que muchos ya intuían: esta exposición no fue solo una muestra de arte, sino un portal hacia los universos fantásticos que han definido la carrera del inigualable cineasta estadounidense.



Más que una simple exhibición, “El Laberinto” fue una travesía sensorial y emocional. Cada visitante tuvo la oportunidad de adentrarse en los escenarios más icónicos de las películas que marcaron generaciones enteras, convirtiéndose por unos instantes en protagonistas de historias que mezclan ternura, melancolía y una belleza profundamente oscura.
Desde el primer paso, los asistentes se vieron envueltos en una atmósfera que respiraba el sello de Burton: la fusión entre lo gótico y lo onírico, el encanto de lo diferente y la poética melancolía de sus personajes. El recorrido invitaba a explorar un laberinto lleno de magia, oscuridad y creatividad desbordante, en el que cada rincón narraba un fragmento de su universo interior.



Caminar entre las sombras del bosque de El Cadáver de la Novia, conocer al inolvidable Edward en El Joven Manos de Tijera, perderse en la extravagancia de Charlie y la Fábrica de Chocolate o invocar a personajes tan emblemáticos como Beetlejuice o la Reina Roja, fue solo una parte del hechizo. Cada sala revelaba un detalle, un boceto, una pieza original que conectaba con la mente brillante y singular del director.
Con más de 300 combinaciones posibles, ninguna visita fue igual a otra. Cada puerta que se abría en el laberinto conducía a una experiencia distinta, revelando secretos, guiños cinematográficos y momentos que despertaban tanto la nostalgia como la fascinación.




Al final del recorrido, los asistentes no solo salían con fotografías o recuerdos, sino con la sensación de haber viajado por los sueños de un creador que ha transformado la fantasía en arte. “Tim Burton: El Laberinto” nos recordó que la belleza puede encontrarse en lo extraño, que lo oscuro también puede ser luminoso y que, en el fondo, todos llevamos un poco de Burton dentro.
Sin duda, esta exposición marcó un antes y un después en la forma en que México vive el arte inmersivo: con emoción, curiosidad y un amor profundo por esas historias que habitan entre la realidad y la imaginación.