Leyenda de La Planchadita


La Planchadita

Hace años, cuando las mujeres aún acostumbraban almidonar las ropas que habrían de planchar -tratando con ello de facilitarse a sí mismas tan ardua tarea -, existió una mujer cuyo nombre no se recuerda, pero que por su vestir siempre blanco y almidonado hubo de conocerse por el mote de La Planchadita.

Dicen de esta Planchadita que era una mujer fornida y mal encarada. Trabajaba como enfermera, no por vocación, sino por necesidad, acostumbrando dar por mejor trato a los enfermos lo que en ciertas instituciones gubernamentales se conoce como "tratar con la punta del pie".

Debía cubrir siempre el turno de la noche, y era en medio de ésta que el silencio de los pasillos se rompía dolorosamente con el crujir de su ropa almidonada y el golpeteo que producía su manojo de llaves; era lo único que se escuchaba. Y ese sonido áspero y pesado sólo se diluía cuando ella se alejaba para perderse luego en la oscuridad.

Pero un día, la mala suerte quiso que La Planchadita enfermara de tuberculosis, uno de los males más terribles de aquel tiempo que se recuerdan no sólo por la rapidez con que de un cuerpo pasaba a albergarse en otro, sino por su difícil curación.

No transcurrió mucho tiempo antes de que la mujer muriera. Sin embargo, nadie en el hospital parecía extrañarla, pues poco había podido relacionarse debido a su carácter hosco.

El tiempo siguió su curso con aparente tranquilidad, mas una noche, un enfermo crónico empeoró y pese a sus gritos, nadie acudió a auxiliarlo. Fue entonces que como antaño, el silencio se rompió con el crujir de una ropa almidonada, el golpeteo de unas llaves y el andar de unos pasos fuertes.

La puerta de la habitación se abrió, una figura se fue acercando lentamente al enfermo, y cuando la tenue luz le permitió al hombre ver el rostro de quien había entrado, quedó paralizado y sin habla: era La Planchadita, envuelta toda en un hado de tristeza que como sedante hizo pasar al enfermo de un estado de alta tensión a otro de completa tranquilidad.

Con una actitud totalmente distinta a la que en vida le caracterizara, le prestó ayuda al paciente y luego desapareció de súbito.

Al día siguiente, cuando el enfermo contó lo sucedido, nadie le creyó. Pero a medida que pasaba el tiempo, eran más frecuentes los rumores de auxilio de que La Planchadita siempre daba a los enfermos graves. "Es su penitencia por haber tratado mal a los enfermos", dice una enfermera que asegura haberla visto deambular por los pasillos. "A mi comadre la atendió La Planchadita... y dice que ella no emite ni una sola palabra, y que es tan hermética que ella pensó que era muda..." Comentarios como estos se oyen en los diferentes hospitales de la Ciudad de México, y no falta quien asegure conocerla o al menos tener un familiar o amigo que ha sido atendido por ella.

Tome pues el lector esta historia como verdad o mentira, pero cuando este hospitalizado y escuche ese áspero crujir de ropa almidonada y un golpeteo doloroso de llaves por los pasillos de algún hospital, reconocerá a la extraña mujer: La Planchadita. Y si esto ocurre, no tenga miedo, ella lo atenderá mejor.

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